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Lo que Nos Mueve a Hacer

Tras varios lustros militando en proyectos de corte autonomista y viendo la deriva en la militancia que se está dando desde los últimos dos años, me surgen una serie de reflexiones e ideas que creo pueden resultar interesantes a compartir y que están abiertas a comentarios y críticas.

Algo que caracteriza, y enriquece, al movimiento libertario es la amplitud de vertientes o corrientes que hay en su seno. Todas ellas son fruto de las posibles interpretaciones de la línea política anarquista a llevar y las formas de hacer en función de éstas. No tengo intención de detenerme a analizar cada una de ellas, esto ya lo ha hecho suficiente gente antes que yo y de forma más precisa. Me interesa, más bien, el tratar de entender por qué parece que no dejamos de buscar una corriente nueva que venga a superar los fracasos o desaciertos de la anterior y nunca nada parezca suficiente. Creo que esta forma de hacer va muy en la línea de los tiempos que nos toca vivir y puede ser una primera autocrítica, la de que siempre necesitamos un estímulo nuevo y que no nos vamos a parar a arreglar los fallos anteriores. Mejor algo nuevo y limpio que pararnos, ensuciarnos y reparar. Igual ya se ve por dónde voy.

Sin embargo, creo que todo está muy claro y suficientemente teorizado desde hace muchas décadas y que no paramos de sacar parches a nuestra propia práctica. Se suele decir que tal o cual corriente tiene este o aquel fallo, pero pocas veces se oye que se haya hecho tal o cual crítica y haber puesto esos cambios o reajustes a funcionar. Esta forma de hacer más se alinea con el concepto de teología política, es decir, seguimos a pies juntillas una corriente política y cuando detectamos que hace aguas, que no es suficiente, en vez de cuestionarla y cuestionarnos para adaptarla y mejorarla; la desechamos y creamos una nueva escisión, una secta (una nueva rama del tronco principal), y nos tiramos de cabeza hacia esa nueva corriente buscando alejarnos los más posible de donde venimos. Con esto, nos alejamos del conflicto, no nos responsabilizamos de nuestros propios fallos, no evolucionamos y , efectivamente, tendemos hacia el sectarismo porque no ponemos a funcionar los elementos teóricos de la corriente de la que participamos o del propio anarquismo; si no que huimos hacia adelante buscando la tierra prometida en una mejor teología política novedosa.


El anarcosindicalismo fue la primera expresión masiva del anarquismo a principios de siglo XX porque supo recoger los sentires y necesidades de una época y de una generación. Supo crear espacios nuevos de
lucha, de cultura y de socialización. Recogió toda una herencia de lucha y la puso al servicio del más hermoso de los ideales, la anarquía. Sin embargo, fracasó al integrarse en el estado pensando que podría desde ahí, ya que tendía un respaldo popular masivo, fortalecer la lucha y la resistencia captando sus recursos. Fracasó en España y, en las decadas posteriores, fracasó en Europa. Generó grandes estructuras y superestructuras federales y confederales que adoptaron o integraron las tácticas de la política institucional para mantenerse. Luchas de poder internas y traiciones a la clase obrera se sucedieron hasta que desembocaron en el autonomismo y el movimiento obrero de los años 70. Quizás, este fue el primer fallo y la primera secta. En lugar de abordar los problemas fruto de las contradicciones y de alejarse de la línea política del anarquismo, no se quiso destruir estas estructuras o confrontarlas de manera radical; si no que se salió de ellas desembarcando en el autonomismo obrero. Esta fue una salida a los problemas estructurales y a las contradicciones que aparecieron en el movimiento anarquista en la época. El autonomismo obrero tuvo gran protagonismo en los 70 y 80 y supo englobar la lucha puramente laboral con la vivienda o el ocio y la cultura, retomando el planteamiento amplio del anarcosindicalismo de los años 20 y 30. Sin embargo, una vez conseguidos los objetivos laborales, el resto de frentes se vinieron a menos y el desarrollo del acceso a la propiedad minó su potencia. Así, en los 90, el autonomismo obrero dió paso al autonomismo en amplio, de nuevo, siguiendo la misma línea de acción de escisión y propuestas nuevas sobre lo antiguo sin cambiar nada. El autonomismo durante esta decada y la siguiente amplió los frentes donde actuar: cultura, ecologismo, ocio, sindical, vivienda, género, racismo, etc. Se dió la mano con el movimiento okupa y tuvo la potencia para crear una red de CSOAs y viviendas liberadas por toda Europa sin precedentes. Sin embargo, no supo ir más allá de esto y , a partir de la decada de 2010 comenzó a venirse a menos fruto de encerrarse en sí mismo o no saber confrontar las contradicciones que se daban. Algo que no se le reconoce lo suficiente a esta corriente anarquista es que puso un gran empeño en crear formas de vida alternativas que desarrollasen, en su día a día, una relación con sí mismas y con su entorno lo más radicalmente distantes de lo normativo, alienante y funcional al sistema. Este elemento es clave para crear alternativas políticas que permitan una lucha contra el sistema y no le hemos dado el peso que tiene. Quizás, por esta falta de reconocimiento, a finales de la década de 2010, esta corriente sufre un bajón que le sigue pesando. Entre medias, también como reacción, en parte al autonomismo obrero y en parte al anarcosindicalismo; surgió el insurreccionalismo. Aunque esta corriente, como todas las anteriores, no inventa nada nuevo, si no que recogió los gérmenes de las luchas obreras anarquistas de los años 20 y anteriores, aunque ahora, con una mayor conexión entre los diferentes grupos. El insurreccionalismo venía a parchear el exceso de burocratización, asamblearismo, análisis e inmovilismo de las propuestas anteriores, así como una necesidad de tensionar al estado y mostrarse lo más firme posible ante el avance e intromisión cada vez mayor del estado en todos los ámbitos de la vida que comenzó a expandirse desde los 70.


Este breve repaso tiene sentido por lo siguiente. Ahora estamos ante el aterrizaje de una nueva corriente dentro del anarquismo que reproduce la misma lógica que llevó a las anteriores a aparecer. Esta corriente es el especifismo. Establece que las anteriores han fallado y que ella trae la receta acertada para encarrilar al anarquismo hacia un desarrollo potente como agitador y motor de cambio revolucionario. Absolutamente, siguiendo las mismas ideas que motivaron las corrientes que se han nombrado. Absolutamente, azuzado por las mismas contradicciones no superadas de las corrientes anteriores. El nuevo ciclo político no tiene nada de nuevo, salvo las siglas que aparezcan y las propuestas puntuales. De fondo, es otra nueva secta tratando de alejarse lo máximo posible del tronco principal. Por este mismo motivo, es posible que, de fondo, no venga a ofrecer nada nuevo y, cuando se agote este ciclo político, así
mismo se agote su propuesta.

La autonomía pone en valor tanto la autogestión como la independencia. Sin estos dos pilares, no podemos construir nada que salga del marco del sistema. La autonomía busca crear grupos que sepan identificar sus necesidades y crear formas y herramientas para satisfacerlas a la vez que se propongan estrategias para defenderlas y unirse a otras propuestas autonomistas. La idea de fondo aquí es crear formas de vida alternativas, radicalmente anarquistas, las cuales, en su día a día, operen de forma radical a lo que hemos aprendido y a lo que el sistema nos permite. Esto es lo que nos motiva a hacer y lo que motiva la lucha política. Sin formas alternativas de vida no hay política. Solo se caerá en un politicismo que no busca transformar nada porque no tiene ninguna propuesta nueva, porque no construye formas de vida nuevas. Este aporte fundamental que proporciona pelear y apostar por la autonomía en el sentido más amplio y colectivo posible desarrolla herramientas y estrategias colectivas de lucha política que se encuentran en lo cotidiano y se proyectan hacia el futuro y hacia otros territorios. No hay otra corriente política que apueste por esto de forma tan directa como el autonomismo y, justo esto, es el pilar que nadie quiere reconocer.

Es evidente que, por el camino, la apuesta autonomista ha dado con numerosos fallos. El asamblearismo, los roles personalizados, las jerarquías informales, la falta de transmisión del conocimiento y la información, la ausencia o insuficiente gestión del conflicto y el plegarse sobre si mismo son algunos de ellos. Sin embargo, estos fallos no son algo intrínseco y, por tanto, insalvable del autonomismo. Es el resultado de no querer confrontar, tomarnos en serio la horizontalidad y la autogestión y la independencia cuando las cosas se tuercen. Creo que este es el punto en todo esto. Tenemos tan interiorizada la evasión al conflicto y tenemos tan pocas herramientas comunicativas, de cuidados y de autocrítica sin que se generen juicios de valor, que esto dinamita nuestras propuestas y colectivos y le echamos la responsabilidad a la ingenuidad de la propuesta autonomista. Este es un fallo que seguimos arrastrando y seguiremos arrastrando en futuras corrientes anarquistas y nos harán atascarnos una y otra vez. Porque los fallos, las limitaciones, las frustraciones, el conflicto y la desilusión aparecerán una y otra vez.

Además, otro punto que no se suele señalar y también está en la base de tropiezo contínuo es que muchas de nuestras propuestas nacen de ideas individuales que buscan transformarse, de alguna manera, en colectivas. Mientras que esto no lo revisemos, seguiremos acudiendo o creando colectivos que son suma de individualidades, en lugar de colectivos desde el origen. Es decir, espacios donde la apuesta es siempre y exclusivamente común y un grupo de personas, con nuestras particularidades individuales, suman al objetivo común creando, sosteniendo y reproduciendo una voluntad colectiva. Cuando la apuesta política del proyecto que sea se aborda desde aquí, desde el principio, toda la puesta en común hace que cualquiera se tenga que ver como parte del colectivo y no como alguien más que se acerca a “ver qué se cuece”. Porque las actitudes de golismeo no tendrán acogida en los colectivos. Hay una apuesta común, súmate a ella en la medida que puedas o simpatiza desde fuera. Si no reconsideramos desde dónde nacen nuestros proyectos y la actitud de las personas que los integramos, si no somos capaces de identificar que nuestras propuestas son individuales y queremos generar un recurso común del cual poder alimentar mi propuesta individual; será imposible transformar nada. Porque el mismo instrumento de transformación está yermo de actitud transformadora. Esto podemos detectarlo en multitud de movimientos sociales y proyectos por todas partes. Luego, pretendemos aplicarles la lógica anarquista de por qué no funcionan, hacemos el ejercicio fácil de decir que lo que falla es su origen autonomista y que, por tanto, el autonomismo está agotado y hace falta una nueva corriente que supere todo este inmovilismo. Sin embargo, todo este análisis es erróneo y lo que busca es evitar exponer los problemas de perspectiva colectiva y la falta de apuesta común de cada una de nosotras. Ésta es la crítica fácil, colectivizando el fallo, no colectivizando la solución. Y como mesías aparecerán voces con una corriente nueva que encandile a quienes vagan por el desierto.

Necesitamos tener el valor de exponernos a hacer críticas dentro de nuestros proyectos con el fin de reforzarlos, de que retomen la senda de la anarquía y la autonomía y de construir una apuesta común colectiva. Hacer esto desde lo cotidiano y no generar exceso de militancia. Interiorizar las formas de hacer del anarquismo mejor que mediarlo todo por una asamblea y que haya que estar desarrollando cuadros que lleven este “saber hacer anarquista” a los colectivos o movimientos elegidos. Corremos el riesgo de generar una élite militante que pueda estar en varios espacios y coordinarse internamente pero que luego nunca arriesgue el cuerpo o la libertad. Debemos poder hablar de forma sincera y sin juicios de valor de nuestros privilegios para saber dónde está cada cual e identificar qué posibles topes puedan aparecer en las propuestas y las acciones. No se puede tolerar la falta de transmisión del conocimiento y la información, así como que se establezcan roles asociados a personas y que se hagan intransferibles. Tenemos que generar espacios que se dediquen a la crítica y autocrítica, sea tras una acción o el desarrollo de una propuesta tras un período de tiempo. Tenemos que usar e incentivar el uso de un lenguaje diferente para que se visibilicen formas de vida y de hacer diferentes, por lo que existen expresiones y actitudes que no son tolerables. Preguntar a nuestras compas, generar confianza y cercanía, buscar el afecto y el apoyo. Reconocernos en los logros, sostenernos en los fallos. Todos estos detalles, generan una estética, una imagen colectiva, que nos identifica y reconoce como un grupo que construye desde un lugar diferente, propio y común. Esto genera la base para hacer política desde otro lugar. Desde la autonomía y la anarquía. Si no estamos dispuestas a esto, no romperemos nunca el marco aprendido y estaremos a expensas de que aparezca algo nuevo que nos motive durante un cierto tiempo, porque durante ese período de tiempo aún no nos habremos topado con esos mismos límites de los que huímos.