Siglo XXI, no son palabras menores. Podríamos pensar que nos encontramos en el cúlmen de la sociedad posmoderna, capitalista y neoliberal, donde las necesidades humanas están cubiertas y satisfechas por un amplio sur do de opciones entre las que elegir y, por favor, pagar. Podríamos, ya puestas a delirar, pensar que nos encontramos en un momento de la historia en la que el individuo occidental ha trascendido su propia materialidad y puede deleitarse con el ejercicio esotérico del desarrollo más absoluto de la expresión de si mismo, sin concesiones, ni restricciones, ni, por favor, cuestionamientos. Bueno, como se ha dicho, si nos ponemos a delirar, es una buena forma de empezar.
Sin embargo, a poco que remos del hilo, llegaremos a la conclusión de que si lo anterior es cierto (más adelante puntualizaremos) qué duda cabe que esto puede ser así solo para una parte exclusiva de la humanidad en su conjunto y que, cada vez más, ésta es más exclusiva y, por extensión del término, excluyente de todos los demás. Por consiguiente, resulta que la época en la que nos encontramos de la Historia humana, nuestras sociedades posmodernas nos conducen a estadios cada vez más aislados de individualismo ególatra y narcisista que busca casi en exclusiva la autorreferencialidad y que desprecia las miradas hacia afuera, ya que estas suelen conducir a vistas desagradables que toda personalidad posmoderna, frágil y caprichosa, no está dispuesta a aceptar que ensucie su carpe diem ad infinitum.
Si nos centramos en la concepción del individuo en la segunda década del siglo XXI, podemos ver cómo el sistema ha configurado un ser desprovisto por completo de ambición personal trascendente, entendido esto no desde el prisma religioso o ególatra sino desde la perspectiva de evolución personal y superación, de habilidades par culares y de recursos personales tanto a nivel emocional como material que le permitan ser una persona autónoma. Es decir, aunque nos encontramos en el punto de la Historia con el mayor acceso a la información, entendida esta como la recopilación total del saber y conocimiento humano, así como de su acción; la mayor capacidad de adquisición de herramientas, energía y materiales; una comunicación total y una gran capacidad de movimiento, tanto de personas como de mercancías; esto no ha supuesto para nada que el ser humano esté caminando o, por ser ambiciosos, construyendo su emancipación de todos los agentes que a lo largo de la Historia lo han sometido y condicionado su existencia a la consecución de los intereses de la clase dominante de turno.
Más bien, podemos afirmar que el ser humano ha caído en la espiral definitiva de la autocontemplación, la negación total de su realidad material, de la desconexión absoluta por su entorno social y natural y de la incomprensión de los procesos productivos que configuran el mundo en el que vive y que, por extensión, lo moldean. Gracias a esta articulación del desapego tanto de si mismo como de su entorno social y natural, el ser humano del siglo XXI camina a ciegas atado de manos y pies hacia un horizonte cada vez más incierto. Sin embargo, aunque seamos capaces de vislumbrar dicho horizonte y de la más que probable realidad desagradable que nos espera en él, hemos aceptado (de manera consciente o inconsciente)desagradable que nos espera en él, hemos aceptado (de manera consciente /o inconsciente) renunciar a nuestra capacidad de gestionar nuestra propia vida en pos de una comodidad y seguridad que siempre nos han vendido como el súmmum de la evolución social del ser humano en su aspiración de vivir una vida carente de preocupaciones y de dolor. Entendemos que la aceptación de este pánico vital nos ha conducido, precisamente, al lugar en el que nos encontramos ahora y que nada, literal y figuradamente, es gratuito.
En esta segunda década del siglo XXI, nos hemos convertido en seres con una capacidad de actuación reducida a niveles que rozan la inoperancia. Es cierto que estudiamos y nos formamos, que durante ese tiempo accedemos a una cantidad de conocimiento abrumadora y que nuestro nivel de interacción con personas se eleva, posiblemente, a una cantidad máxima en nuestra vida. Sin embargo, la aproximación que realizamos a dicho conocimiento y a estas nuevas personas es tan sesgada y tan ausente de voluntad propia y curiosidad, que poco o nada nos permea. Venimos aquí a posicionarnos en la idea de que poseer un titulo académico no es más que tener un documento burocráticamente aceptado que nos condiciona la búsqueda de empleo y que sesga nuestra capacidad de acercarnos al mundo. Es decir, que al especializarnos tanto en un área concreta del saber, nos alejamos por completo de usar este saber recién adquirido para complementar nuestra visión del mundo y añadir otro campo más a nuestro criterio propio para comprender mejor la realidad en la que vivimos y de la que participamos, así como de desarrollar nuevas habilidades que nos confieran un sur do más amplio de capacidades con las que afrontar la vida. Todo lo contrario, nos atrevemos a decir, puesto que incluso en este nicho en el que nos especializamos, encontrar algún conato de voz crítica interna se hace dificil, o, incluso, más aún, la sensación de pertenencia a una área exclusiva del conocimiento conduce a un sectarismo que impide toda revisión crítica de los fundamentos de esa rama del conocimiento o de su aplicación práctica, así como de sus líneas de investigación y desarrollo.
Por todo esto, la especialización enfermiza a la que nos avocamos contribuye a la visión sesgada con la que miramos el mundo porque, muchas veces, consigue generar la actitud de que con ese conocimiento que hemos adquirido tenemos más que suficiente para enfrentarnos al mundo. Sin embargo, es precisamente esa especialización de algo tan concreto la que, si la ponemos en el conjunto del todo complejo en el que vivimos, nos reduce a un punto inoperante que es incapaz de entender el todo del que forma parte. En consecuencia, aceptamos delegar ese todo lo demás, a otros organismos externos de nuestra voluntad que se erigen como los perfectos reguladores o gestores de la vida social. Otro matiz que entendemos introduce en nuestra conducta la especialización total y la puesta en valor tan exagerada de esta es generar la ilusión de que ese todo lo demás que delegamos es mucho menos importante que ese mínimo en el que estamos hiperespecializadas. Esta es otra jugada ganadora del sistema.
Si remarcamos todo esto es porque entendemos que todo ello ene como consecuencia generar un patrón mental que nos desarticula como personas capaces de gestionar nuestra propia vida y que si no identificamos este lastre, esta actitud de prepotencia nos acompañará a lo largo de nuestra vida y va a marcar o condicionar nuestra forma de relacionarnos y de actuar en colectivos o grupos que, aunque pensamos que están fuera de estos marcos laborales o mercan listas, al final, están constituidas por personas que han recibido esta formación y que, en consecuencia, nuestro marco mental está ordenado en base a estos criterios.
El individuo del siglo XXI ha aceptado delegar casi todos los aspectos de su vida que van más allá de su trabajo y su consumo. Incluso más aún, porque el trabajo que realizamos buscamos que nos lo den y nuestra capacidad de consumidores no es más que la de elegir dentro de un catálogo de productos y experiencias provisto de un enorme sur do, es cierto, pero en forma alguna responde a nuestras necesidades y apetencias si no que es la única opción que se nos presenta para satisfacerlas, por tanto, no somos más que sujetos pasivos ante todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas. Por esto es por lo que decimos que el individuo del siglo XXI es un ser por entero delegado y administrado.
La inercia que induce esta forma de acercarnos a la vida implica que aceptemos delegar nuestra salud en especialistas externos que no conocen nuestro cuerpo, en psicólogos que gestionen por nosotres nuestras emociones, sentimientos y reflexiones; en una avalancha de productos con los cuales reconocernos en la construcción vacía de una identidad mercantilizada, en arrojar en una urna nuestros deseos y ambiciones en pos del partido de turno, en socializar de formas vacías tan solo mediadas por el ocio consumista que, de nuevo, viene a reforzar nuestra identidad; en definitiva, el hecho de ser sujetos pasivos nos conduce a una delegación total de nuestra capacidad y voluntad por vivir nuestra vida. Esto se traduce tanto en el terreno social con los ejemplos que se han enunciado anteriormente, además del terreno personal, en el cual, hemos perdido la capacidad de hacer, reparar, pensar y repensar, de imaginar incluso alterna vas y posibilidades y, por añadido, ponerlas en práctica. Como
personas del siglo XXI, nos encontramos incapaces de actuar en base a nuestra propia imaginación, siendo esto un palo de acero en nuestra propia rueda, ya que nos conduce a una dependencia total del sistema. Esto, por extensión, juega en favor del propio sistema ya que al plantearnos alterna vas que lo debiliten o lo destruyan, esas alternativas tienen que pasar por la reapropiación de técnicas, herramientas, voluntades y capacidades que hemos, por completo, delegado. No planteamos aquí la figura del hombre del renacimiento que aspiraba a ser un compendio total del saber clásico, así como de un ser artístico y habilidoso en la construcción de artilugios y artefactos. Pretendemos poner sobre la mesa el hecho de que somos incapaces de hacer bien poco por nosotras mismas, que al renunciar a una gestión activa de nuestra vida hemos conseguido volvernos inútiles en el plano más material y que, por
mucho que estemos especializados en áreas del saber, a menudo estos conocimientos son tan residuales que no nos sirven para impulsar proyectos comunes. Por consiguiente, lo que planteamos aquí es identificar estas carencias para ampliar nuestras habilidades y conseguir que el colectivo, o los diferentes colectivos, estén integrados por personas con voluntad y habilidades activas de participación, imaginación y creación; así como que contemos con herramientas para llevar a cabo unos cuidados efectivos, otro aspecto que tenemos tan delegado que es difícil imaginar un colectivo a día de hoy en el que los cuidados, de forma efectiva y no solo teórica, se lleven a cabo.
El proceso de especialización a ultranza también conduce a un cierto rechazo de los trabajos manuales, fruto de la ideología liberal que los impulsa la cual siempre pone por encima los trabajos intelectuales alejados de las tareas físicas. Aquí nos posicionamos del lado de la integración efectiva del conocimiento integral junto con la puesta en práctica de habilidades manuales que conduzcan a la realización de trabajos físicos y la creación de productos y herramientas útiles para el desarrollo y la buena conclusión de los objetivos del colectivo.
Por hablar en lo concreto, nos referimos a que hemos visto tantas veces que en asambleas no faltan las voces que teorizan y especulan con cierta forma de hacer las cosas o de abordar alguna acción o de proponer un grupo de trabajo con cierta metodología, pero que a la hora de materializar aquello que se propone, entonces toda inicia va se desvanece y se muestran incapaces apenas si de coger un bolígrafo, encontrar las direcciones a las que enviar un correo electrónico, tener localizados los útiles o de cómo usar las herramientas de que disponemos con tal de que sirvan para aquello para lo que están diseñadas. Nos encontramos ante la falta total de inicia va opera va puesto que el individuo del siglo XXI ha sido educado en la mínima capacidad de pensar lo que quiere y de conseguir aquello que vagamente a pensado a golpe de billetes. Este, identificamos, es un lastre que amenaza con hundir tantos proyectos. En tanto en cuanto no queramos ver esta dimensión inoperante y no pongamos medios para cortar las cuerdas de todos estos lastres, innumerables proyectos están abocados a no cumplir el año de vida.
Ser anarquista implica rechazar de plano los valores burgueses de vida, rechazar sin reticencias la ideología liberal, rechazar la separación entre trabajo intelectual y físico, abrazar las tareas manuales como edificantes de la capacidad humana, sentarse a pensar estrategias y después remangarse para ponerlas a funcionar. Ser anarquista implica devorar libros y destrozar alicates. Ser anarquista es querer hacer las cosas por mismo y regodearte del proceso así como tener amor propio por el trabajo realizado y no ocultarlo o infravalorarlo. De lo contrario, solo seremos seres inoperantes con delirios de grandeza.