¿Qué ocurre si la imaginación muere? Cuando no seas capaz de pensar más allá de los límites de lo real, de lo tangible y de lo esperable. Cuando no seamos capaces de acercarnos a aquellos rincones en los que puede crecer la hierba libre de condicionantes. Donde la losa de hormigón se quiebra. Vivir con imaginación es vivir en los límites de lo posible todo el rato. Andar sobre el vórtice de lo posible que se desvanece con la siguiente sacudida, con el siguiente impulso de la corriente. Imaginar es un ejercicio de invocación del caos, porque en la imaginación nace lo inesperado. En la imaginación no hay cabida para la locura porque es el lugar donde todo es posible, podemos anular las leyes de la física, retorcer los constructos sociales y las habilidades, podemos habitar espacios remotos con criaturas que no sean humanas; incluso, pueden éstas vivir de acuerdo a otros principios, a otros intereses; y todo aquello que creemos desde la imaginación, es válido. No queda otro resquicio más hermoso que la imaginación por tanto. Allí donde podemos destruir y levantar de nuevo mil veces, y que cada una de ellas sea diferente de la anterior.
Nuestra vida está secuestrada. Extirpada de la imaginación. Habitamos cuerpos con una lobotomía permanente en la región de la cabeza en la que se ubica la imaginación. Llevamos un hueco interior que no hace más que coger polvo y roña. Nuestro hueco, además, resulta ser un primer orificio de entrada para que más roña penetre a nuestro interior y deje las conexiones disfuncionales, las transforme para siempre y construya unos hábitos alejados de la creación. ¿Cuánto podemos llamarnos a nosotras mismas humanas si somos incapaces de imaginar? ¿Hasta qué punto, por tanto, no hacemos más que habitar una cabeza vacía y, por extensión, una vida predeterminada? Hay aquellos que se niegan al determinismo y buenos motivos no les faltan. Sin embargo, consolidamos el camino que se nos ha ofrecido como único viable para vivir al alejarnos, cada día más, de la imaginación. De esta manera, nos conducimos con el destino de la ruta fijado de antemano y por alguien ajeno a nuestras decisiones. ¡Elije!¡Decide! Piensa bien y acertarás. Siempre con la obsesión por tomar la mejor decisión, por tomar siempre el camino correcto, aquél que te llevará a una vida llena de aciertos y virtudes. Maldita obsesión por vivir en la virtud y el ascenso y la plenitud que solo ofrece el éxito. Maldito éxito que solo existe uno y es el verdadero y es el inalcanzable porque es perfecto. Aunque esto no quita que en el camino del éxito no haya determinados hitos, etapas, que sean alcanzables y logren crear la nebulosa que envuelve a las vidas que los persiguen. Trabajo estable, pareja, matrimonio, familia bonita, una casa a las afueras, un buen par de vehículos, quizás un suv y un eléctrico (porque tú ya miras por el medio ambiente, sea lo que sea eso que está en medio), buena comida y algún capricho, ropa bien vestida, algo elegante, algún viajecito y toda la tecnología del momento que contribuye a que estés al tanto de todo lo que sucede para que cuentes con la máxima información posible para tomar aquellas decisiones de las que hablábamos, las que te harán continuar en la carrera del éxito. Bendita carrera. Sin ella, todo caos y malestar. La nebulosa del camino del éxito también cuenta con algún amigo, aquél que queda después de los diferentes periplos de la vida (el instituto, la universidad, el trabajo), para alguna escapada, quizás algún viaje, alguna tarde de cervezas, si acaso, alguna conversación fuera de los márgenes. ¡Ah, malditos márgenes! Y todas las semanas iguales, porque por todos es sabido que el camino del éxito requiere constancia y perseverancia y esfuerzo y dedicación y abnegación y cierta resignación y un tanto de doblegación y otro tanto de imposición. Todo esto en pos de vivir sin imaginación, sin querer ir más allá, a tantear aquellos límites hoy, a tantear estos otros mañana.
Para qué tanta historia, si se puede elegir vivir con una lobotomía y seguir todos los pasos que marca el manual y vivir cómodo y tranquilo, en mi nebulosa del éxito, en mi propia ensoñación que, curiosamente, se parece mucho a aquella otra de mi compañero de trabajo, a la que vivieron mis padres y a la que trata de mantener mi amigo (sí aquel único amigo que me queda del grupo de doce que éramos en el instituto).
Vivir sin imaginación. Qué disparate, muy seguro, pensarían tantas generaciones de hace siglos, donde lo habitual era la fábula y el misterio y las aventuras. La avalancha de conocimiento de nuestro tiempo nos ha alejado de la fábula y el misterio y las aventuras, como si fueran dos entes incompatibles, que tuvieran que disputar un solo espacio, y en la disputa, nos hayamos ganado una lobotomía y una obsesión. Qué disparate, que al llegar la vida adulta, lo poco que nos quedaba de imaginación se sustituya por el deseo de éxito, por seguir una ruta ya más que conocida, carente completa de aventuras y misterio y en la que los atisbos de incertidumbre nos hacen aferrarnos a la nebulosa del éxito para no perder lo poco que tenemos, que tampoco nos sirve de mucho. En nuestra nebulosa del éxito no tenemos autonomía, ni la ansiamos, porque la autonomía implica imaginación, sino que buscamos cumplir con los hitos y, claro, los hitos están asociados a momentos de la vida, a tiempos a lo largo de ella, por lo que incluso en la consecución de los hitos no da igual cuánto tardes en afianzarlos. La imaginación necesita del tiempo, de la experimentación y del error, de la contraposición y la refutación, precisa del desastre a veces y de pura alegría otras; a fin de cuentas, necesita del tiempo para que vaya ocurriendo y deshaciéndose a la vez para poder generar otras variaciones que nos convenzan más, que nos atraigan más y que nos conduzca a seguir imaginando para seguir viviendo en la autonomía del ser que crea y destruye, que cambia y afianza. La nebulosa del éxito no quiere pantomimas ni dilaciones ni vacilaciones, quiere autoafirmarse, contínuamente. Existe en un espacio de tiempo corto y necesita de continuos estímulos para mantenerse estacionaria. Precisa del tiempo de tu vida para perpetuarse, por lo que tú no dispondrás nunca más de él. Ahora es de la nebulosa y tus deseos de éxito bien lo valen. Así que entrégale hasta el último de tus segundos, la nebulosa siempre recompensa. El éxito siempre aguarda y, con él, el reconocimiento de los que te rodean, que pueden apreciar lo afianzado de ese éxito y lo destruida de esa vida. Lo reconocen porque lo envidian, y en esa envidia surge el impulso que mantiene el deseo vivo. ¡Valiente disparate! Alimentar el deseo desde lo tóxico.
Vivir de lo tóxico nos ha hecho aceptar todo lo tóxico. Renunciar a la imaginación nos ha despojado de lo bonito de vivir. No resulta extraño ver que aceptamos vivir en lugares que, si no fuera por lo tóxico, por mantenernos en la nebulosa del éxito, por cumplir con el hito de tener una casa propia a partir de cierta edad a toda costa (porque vivir de alquiler hasta encontrar un lugar bonito donde estar es tirar el dinero); sería el último lugar en el que querríamos vivir. Vidas atrapadas entre hormigón y ladrillo visto y asfalto. Entre los aromas de la cocina del vecino y el volumen del televisor del otro, entre el edificio de la izquierda, el de la derecha y el que está en frente. Vidas atrapadas en la nebulosa que absorbe todo el préstamo pedido para mantenerse estacionaria, una generación más. Vivir de lo tóxico nos ha hecho aceptar la destrucción. No queda planeta sin pisotear, no queda río sin mear. No quedan animales sin explotar o sin reventar. Vivir sin imaginación permite la aniquilación. Permite ir a to cebolla sin más preocupación que cumplir los hitos que corresponden. Vivir sin imaginación nos ha llevado a vivir de la comodidad y abrazarla y subirla a un pedestal del que bajaremos como seres inútiles, semi robotizados. ¡Qué mundo lleno de imaginación permitiría deshacerse de las tareas que te hacen humano! Que te permiten repensar actos, mejorar procesos, ganar habilidad.
Vivir de la comodidad nos llevará a abrazar al robot y a pisotear a la hierba. A venerar al cable de cobre y fibra y a ignorar al abono y el barro y las semillas. A construir centros de datos en lugares que podrían servir como huertas para alimentar al pueblo, a usar su agua para refrigerar pasillos y pasillos de torres de servidores.
Que os follen civilización y éxito. Lo que quiero es vivir. Y no podré vivir sin imaginar. Hasta aquí la senda asfaltada de la ciudad amortajada. Comienza ahora, la vereda del monte sin doblegar.
Sea.